Fiel a su pensamiento dialéctico
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«El hombre –decía Víctor Hugo– es un rey cuando sueña», y posiblemente no haya habido sueño tan abarcador y milenario en la azarosa aventura de la humanidad como el de alcanzar la igualdad y la libertad plenas, dos conceptos que se convertirán en objetivos básicos de las revoluciones.
Tras proclamar la sepultura del régimen feudal y enfilar sus bríos hacia una reivindicación humana hasta entonces desconocida, la Revolución francesa sintetiza sus ideales en tres principios fundamentales, Libertad, Igualdad, Fraternidad, que se convertirán en símbolos del mundo contemporáneo.
La Revolución de 1789, y las ideas relacionadas con ella, atravesarán los océanos para hacerse presentes en las luchas contra el colonialismo que se libran en esta América nuestra con la convicción de que no habrá libertad si antes no se alcanza la liberación, esa que se convierte en objetivo primordial de las revoluciones –que en fin de cuentas será una sola en Cuba– dirigida por Martí y Fidel en sus respectivos momentos históricos.
El primero no alcanzó a ver la liberación que tanta sangre y sacrificio costó y cuando algunos creyeron que había llegado, una vez finalizada la Guerra de Independencia, fue solo para comprobar que las alas de un nuevo amo ensombrecían la nación con sus vuelos imperiales.
Fidel condujo la Revolución, con sus transformaciones humanas, políticas y sociales hasta la victoria y, fiel a su pensamiento dialéctico, nos dejó en el año 2000 un concepto de ella que se universaliza y cobra fuerza por días por cuanto es un llamado a la inteligencia personal, y colectiva, a interpretarla con la lucidez del que asume los retos como un constante movimiento, siempre hacia nuevas conquistas y el progreso.
No hay en esa definición ni un ápice de esquematismo ni de invitación al aprendizaje memorístico, y sí un llamado a mantener los ojos abiertos y la mente actuante frente a cualquier adormecimiento incapaz de percibir las dificultades y peligros, que siempre se han cernido contra la Revolución Cubana, y todas las revoluciones verdaderas.
Llama la atención cómo «la igualdad y libertad plenas» se encuentran en los umbrales de los enunciados de Fidel, entre otras razones porque una y otra constituyen el sustento básico de nuestro humanismo. Ambas llegaron con el triunfo de la Revolución, barredora de desigualdades ignominiosas que los testigos de la época no olvidan, y propiciadora de una libertad que los enemigos, que todo lo niegan, tratan de escamotear con sus argucias entreguistas.
Igualdad y libertad, conceptos que desde tiempos inmemoriales han ocupado la atención de filósofos y pensadores y que todavía en nuestros días –ríos de tinta y definiciones de por medio– se aúnan en un mar de axiomas y argumentaciones.
Igualdad y libertad plenas sin las cuales la estructura analítica del concepto de Revolución dejado por Fidel –y bien que lo sabía él– dejaría de ser lo que es. De ahí que en el ánimo de todo revolucionario debe prevalecer el propósito de mantenerlas, perfeccionarlas y seguir luchando por ellas.