Un niño llamado Fidel Alejandro
En 1926, el 13 de agosto, a las 2:00 a.m. en la finca Manacas, en Birán, Mayarí, actual provincia de Holguín, nació un varón de 12 libras, a quien sus padres –Ángel Castro y Lina Ruz– llamaron Fidel Alejandro.
Fidelito y sus hermanos Angelita y Ramón se distraían con los animales domésticos de la finca; les encantaba provocar a la inofensiva vaca Ballena para, cuando esta los perseguía, huir riendo y corriendo a esconderse en la vivienda.
Con cuatro años comenzó a asistir a la Escuela Rural Mixta No. 15 de Birán, a donde iban los chicos de la zona. En el aula había muchos libros y, en las paredes, fotos de Martí, Maceo, Gómez y otros patriotas; también el escudo de la Patria. La idea de aprender lo alegraba.
Los hermanos Castro disfrutaban de casa, ropa y comidas un poco mejores; pero los padres los alentaban a jugar con todos los niños del batey. Así, toda la tropa de pequeños, bien vestidos y calzados unos, desharrapados y descalzos otros, correteaban, se bañaban en el río y estrechaban una buena amistad.
Engracia fue la primera maestra, joven y cariñosa.
Luego, Miguelina, Pepe Sánchez y Eufrasia Feliú, mujer amargada que los castigaba poniéndolos de rodillas; por eso, Fidelito se rebelaba, decía malas palabras y escapaba por la ventana. Un día, en la huida, se cayó y se clavó una puntilla en la lengua; al llegar a casa, además, tuvo el regaño materno.
Al terminar el curso, la maestra convenció a los padres para que los niños siguieran sus estudios en Santiago de Cuba. Les ofreció su casa. Podrían asistir a los colegios Spencer, para niñas, y La Salle, para varones. Don Ángel y doña Lina consintieron sin imaginar que aquella mujer los engañaría.
Angelita y Fidel viajaron a Santiago, el niño se sentía triste y desamparado, a la nostalgia se sumaron las privaciones: el dinero de don Ángel no se empleaba en la atención de sus hijos, que, incluso, llegaron a pasar hambre. Fidelito perdía el tiempo en la casa y se aburría repasando las tablas.
Cuando Lina pudo visitarlos después del nacimiento de la quinta hija y conoció el abandono que sufrían, tomó el tren de regreso a Birán con ellos.
En la finca, Fidelito poseía un caballo inquieto, vigoroso y veloz, chico pero inteligente, llamado Careto porque tenía la cara blanca. Acostumbraba a cabalgar, al pelo o con montura, aferrándose a la crin y, a veces, hasta sin freno. Ese día del regreso, lo ensilló y recorrió la zona montado sobre él, libre y regocijado.
De nuevo en Santiago, Fidel continuaba sin asistir al colegio, hasta que, al fin, con ocho años, comenzó a cursar la segunda mitad del primer grado en La Salle. Le molestaban los continuos regaños y amenazas de enviarlo interno al colegio. Un buen día se rebeló para que tuvieran que cumplir la advertencia: para él, estudiar interno sería más divertido que permanecer en esa casa. Y la estratagema dio resultado: lo enviaron pupilo a La Salle. Ahora podría jugar en el patio con los muchachos, y la compañía de niños de su edad lo hizo feliz.
Le gustaba mucho la escuela; aunque consideraba rígidas las normas gramaticales y no lo preocupaba en lo más mínimo la Matemática. Disfrutaba estudiar y, en especial, leer. Su imaginación volaba fantasiosa hacia las batallas, las excursiones al mar y la práctica deportiva.
Al iniciarse el curso en 1937, por sus buenas notas matriculó quinto grado y no cuarto. Tenía ya 11 años y ello le permitiría vencer el atraso al que lo había condenado la maestra.
Era considerado un buen alumno, magnífico deportista, sobresaliente lector, disciplinado y serio. Su imaginación se recreaba en las grandes batallas de la historia y en sus héroes: Alejandro, Aníbal, Napoleón, de quien guardaba un álbum de postales sobre su vida, Bolívar...; pero mucho más cerca de él estaban los próceres de nuestras gestas libertarias: Carlos Manuel de Céspedes, Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí.
Matriculó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago, en 1940, tras vencer las rigurosas pruebas de ingreso. Logró ubicarse entre los mejores de la clase: sus calificaciones eran resultado del estudio constante y de sus continuas lecturas.
Con el paso del tiempo, sus cualidades se acrecentaron, pero todo estaba en él desde pequeño.
LA MAESTRA EMILIANA
En 1938 en el Colegio Dolores, de Santiago de Cuba, Fidel vio llegar a una mujer corpulenta, que llevaba un vestido negro con flores malvas. La escuchó hablar con voz delicada y gestos elegantes. Era la profesora.
A pesar de su juventud, parecía rigurosa y tenía un gran talento para enseñar. Acostumbraba a acercarse a los alumnos para escucharlos con interés y paciencia. Ellos recibían el aliento si avanzaban en el aprendizaje, el consejo sobre un título o una idea, y la invitación a consultar un diccionario o un libro. Poseía excelentes cultura, educación y apariencia.
Una mañana de vacaciones repasaba a la hermana mayor de Fidel. Este estaba presente cuando la maestra abrió un libro, como una enciclopedia ilustrada, de unas 1 500 páginas, el cual trataba sobre numerosos asuntos y temáticas. Fue maravilloso escuchar las sabias y minuciosas explicaciones.
A partir de ese momento, él quedó extasiado: preguntaba y conversaba ansiosamente con ella para apropiarse de todo el conocimiento posible.
Ella fue quien por primera vez y con mucho cariño lo estimuló en los estudios, despertó su curiosidad e interés por saber. ¿Su nombre?: Emiliana Danger Armiñán, la maestra de Fidel.
DE GENERAL DE EXPLORADORES A COMANDANTE EN JEFE
Fidel Castro mucho antes de ser Comandante en Jefe, fue general de exploradores. De niño pasó por escuelas donde se incentivaban el deporte, las prácticas de sobrevivencia y exploración.
Cuando iban de excursión a las montañas se armaban campamentos donde había que hacer guardia. Él quería hacerlas todas. Los profesores retaban a los alumnos a subir a lo más alto de las elevaciones, él no desistía hasta que alcanzaba la cúspide.
A veces no calculaba bien las distancias y se demoraba, así retrasaba el regreso a la escuela, pero los profes no se molestaban, premiaban el esfuerzo.
En una ocasión, en las montañas de Pinar del Río, cayó un tremendísimo aguacero. A la vuelta, el río estaba crecido y la corriente era muy fuerte, capaz de arrastrar a quien se metiera en ella.
Intentaron tirar una soga hacia la otra orilla tratando de engancharla en algún tronco, pero no lo lograban. Hacía falta uno del otro lado y no se arriesgaban a tirarse al agua. Entonces Fidel buscó la parte más estrecha, se lanzó y ató la cuerda. Todos cruzaron y siguieron el camino de regreso.
Él siempre dijo que aquello no fue una proeza, sino una aventura que puso en peligro su vida y la de los demás; pero todos consideraron que había salvado la vida de los excursionistas. Por ello le otorgaron el título de General de exploradores.
Antes, debido a la buena disposición para las tareas, por obrar espontáneamente y gracias a su gran entusiasmo, lo habían ascendido de grados en varias ocasiones.
Su vida de explorador comenzó desde su Birán natal. Sin proponérselo fue un excelente entrenamiento para la vida de guerrillero, la cual lo convirtió en Comandante en Jefe de la Revolución Cubana.
(Textos tomados del No. 342 de la revista Zunzún, edición especial dedicada a Fidel)