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Granada, el cottage, la firmeza…

Fecha: 

25/10/2023

Fuente: 

Granma

Con la aurora despertaba el cottage*, a pocos pasos de la hermosa playa de Grand Anse. Ozaida, Amanda y Tania esperaban, un tanto inquietas, la llegada del ómnibus que diariamente las conducía hasta las escuelas en las que enseñaban el idioma español. Siempre había sido puntual, pero esa vez se retrasó. Era el 19 de octubre de 1983.
 
UN PEQUEÑO Y GRAN PAÍS
 
Granada es uno de los Estados independientes más diminutos del mundo: apenas 400 kilómetros cuadrados y, en aquel entonces, algo más de 100 000 habitantes liderados por Maurice Bishop, dirigente del partido La Nueva Joya, y primer ministro.
 
Desde muy temprano, Cuba reconoció la trascendencia del proceso revolucionario granadino. El Comandante en Jefe lo calificó como «una gran Revolución en un pequeño país», y describió la toma del poder por Bishop como «un Moncada victorioso». Ambos se conocieron en septiembre de 1979, durante la VI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, y volvieron a verse, un mes después, en la sede de la ONU.
 
Fidel se preocupaba por ayudar a la isla de las especias; una entrañable amistad nació de nuestro pueblo hacia Bishop y Granada. Médicos, maestros, técnicos de diversas especialidades y cientos de constructores colaboraron en servicios esenciales para la población, y en el fomento de la infraestructura y el desarrollo económico.
 
Pero el Gobierno de Estados Unidos, siempre temeroso y reaccionario ante «el fantasma del comunismo», despreciaba a Granada y odiaba a su Primer Ministro. Quería destruir el proceso y el ejemplo de quien se había convertido en un verdadero símbolo de independencia y progreso en el Caribe.
 
UNA AMISTAD DEVENIDA EN HERMANAMIENTO
 
En la modesta sala, entre los añejos muebles y los libros, Tania, egresada del Contingente Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, relata: «Después de recibir la necesaria preparación para enseñar el idioma español a hablantes de otras lenguas, nos dirigimos al hermoso país del Caribe Oriental. Ozaida y Amanda, tan nerviosas como yo, no dejaban de observar en derredor. El ardiente sol, las montañas y la exuberante vegetación me recordaban los parajes del oriente cubano: era el 12 de agosto.
 
«Llegamos enseguida al cottage, una cabaña que se convirtió en nuestro hogar. Era tiempo de carnaval y la alegría, desbordante; el curso escolar comenzaba en septiembre y, por esa razón, pudimos desandar la ínsula, conocer a su gente y estrechar vínculos afectivos, siempre acompañados por el Mar de las Antillas».
 
Traga en seco y prosigue la historia: «Ejercí el magisterio en varias escuelas: dos días a la semana en centros de un lugar llamado Boca Juniors, bastante alejado de la ciudad; un día en Saint George, la capital, y dos jornadas en la escuela para señoritas, perteneciente a un convento.
 
«La felicidad me llenaba, los niños muy humildes me trataban de miss, muy respetuosos y aplicados. Muy pronto tuvieron los rudimentos para saludar y expresar sentimientos en nuestra lengua. Pasado un mes, cuando llegaba al aula, no tardaban en decir: “Buen día, señorita Tania”. Fue una experiencia hermosa; Amanda, muy apegada al cottage al principio, se fue enamorando de ese pueblo, y Ozaida, de los prodigios de la naturaleza granadina».
 
 
Tania recuerda los sucesos de Granada desde la nostalgia, el dolor y el orgullo. Foto: Luis Alberto Portuondo
LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA
 
Una tragedia se avecinaba. Fueron, desgraciadamente, los mismos revolucionarios granadinos quienes desataron los acontecimientos que abrieron las puertas a la agresión imperialista; de sus filas surgieron hienas que clavaron el puñal del divisionismo y el enfrentamiento.
 
«El 12 de octubre, Bishop fue destituido por el Comité Central del Partido; el día 13, fue arrestado en su domicilio; el 19, el pueblo se sublevó y liberó a su líder. Era una multitud enardecida», explica la hoy jubilada.
 
«Llegó el ómnibus que tanto esperábamos, junto a nosotras otros seis docentes, y presenciamos la manifestación, pero el prudente y partidista chofer decidió retornar al cottage. Allí, anhelábamos buenas noticias; sin embargo, ese 19 de octubre fue luctuoso, el Ejército disparó a la muchedumbre y asesinaron al Primer Ministro, a otros fieles dirigentes del Partido y a no pocos ciudadanos».
 
Una Junta Militar tomó las riendas del país y decretó el toque de queda. «Por un salvoconducto fuimos trasladados a Point Salines, lugar donde nuestros constructores habían edificado un aeropuerto –en el que los domingos laborábamos, voluntariamente–. El 25 de octubre, a las siete de la mañana, advertimos la cercanía de aviones, luego de helicópteros y cientos de militares descendiendo en paracaídas.


 «Venían pidiendo guerra, y el doctor Raúl, su esposa Cristina  y yo, que nos habíamos levantado muy temprano, lo vimos todo. Cuando se produjo el desembarco aéreo, casi todos dormían y las pocas armas no se habían distribuido. Inmediatamente, ocupamos los lugares previstos para la emergencia, íbamos a luchar por Granada y por Cuba, ante una invasión sorpresiva, traicionera, de estilo nazi. Los combates iniciaron cuando las tropas de Estados Unidos avanzaron hacia nosotros».
 
ANTE LA INVASIÓN FASCISTA, EL HEROÍSMO DE CUBA
 

Tania recuerda los sucesos de Granada desde la nostalgia, el dolor y el orgullo. Foto: Luis Alberto Portuondo.


Tania, en su remembranza y con lágrimas, sentencia: «Muchos no teníamos armas, tratamos de parapetarnos entre los árboles, algunos pudieron alejarse, pero, finalmente, fuimos hechos prisioneros. Vi como los yanquis pateaban a un jardinero; las mujeres fuimos sometidas a registros indecorosos, creían que teníamos pistolas, hasta en el pelo.
 
«Nos agruparon en una carretera y condujeron hasta una carpintería donde estaban prisioneros granadinos, incluso niños. Al amanecer nos llevaron a una especie de campo de concentración; las mujeres estábamos en la enfermería, en condiciones de hacinamiento, y muy pronto empezaron los interrogatorios que tenían la finalidad de demostrar que éramos militares encubiertas. No lo lograron, porque la verdad se impuso, y no faltaron las invitaciones a desertar. ¡Figúrate, a un internacionalista cubano pedirle que traicione a la Patria! Fracasaron, nadie lo hizo.
 
«Alambradas, garitas, intimidación, perros; nos identificaron con unas manillas plásticas que tenían inscriptas una letra y varios números –ya no me acuerdo del mío–. La Cruz Roja Internacional nos visitó y organizó la evacuación hacia Cuba. Supimos que 24 hermanos nuestros habían caído en combate».
 
El mundo condenó la infundada invasión, hasta Margaret Thatcher, premier del Reino Unido –la antigua metrópoli colonial de Granada– fue severa en sus declaraciones.
 
«Pero el Gobierno estadounidense no toma en cuenta el criterio ajeno –dice Tania–, aunque no pudo con los cubanos, que fuimos recibidos por Fidel. Él nos felicitó por haber convertido, como en el Moncada, el supuesto revés en una victoria permeada de firmeza revolucionaria, precisamente en el año del 30 aniversario de la gesta», enfatizó la profesora de Español, que impartió clases durante más de 35 años en preuniversitarios, y en el antiguo Instituto Superior Pedagógico de Santiago de Cuba.
 
Cuánta certeza tuvo Fidel, aquel 14 de noviembre de 1983, en la despedida de duelo a quienes supieron dar al mundo un ejemplo imperecedero de dignidad, solidaridad y valor: «Las campanas que hoy doblan por Granada pueden doblar mañana por el mundo entero».