La música, huella de la cultura cubana
La música es el espejo de la cultura, mucho más en Cuba, donde la historia se puede contar a través de canciones. Hay que hablar de temas heroicos, comprometidos socialmente, de trabajo, de bodas, de nacimientos, de fiestas, de alegrías, de momentos memorables.
Cuando escuchamos el Himno Nacional, nos evoca toda una saga de tradiciones de luchas y triunfos, de momentos difíciles y grandiosos.
Poco a poco los hombres llegados a Cuba, junto a los criollos, fueron conformando una cultura, una identidad nacional. Cada género musical, cada creación cuenta una historia apasionante; aún en los temas amorosos y de divertimento se reflejan costumbres, idiosincrasias y maneras de vivir de los cubanos.
Desde el 13 de diciembre de 1842, el periódico de literatura La Prensa publicaba: "La música es sin duda el arte más seductor, que más liga al hombre a su patria y hasta sus objetos más queridos(...) por eso hay tanta pasión por los aires nacionales, por eso no hay composición que tanto poder ejerza sobre nosotros, que amemos más, que un aire de la patria".
Las canciones trovadorescas fueron una fuente de inspiración en la manigua para los mambises. Casi todos los trovadores se integraron a la contienda bélica. Lino Betancourt dedicó un capítulo a estos héroes de la palabra en el libro La trova en Santiago de Cuba.
La Habanera, con su metodismo expresivo de ambiente cubano, representó la música americana desde mediados del siglo XIX, y estuvo presente en casi todos los inicios de los ritmos del continente: jazz, tango, merengue, samba, danza mexicana.
El danzón, lento y cadencioso, llenó los salones cubanos y de muchos países, desde México hasta Colombia, como se atesora en los archivos de museos latinoamericanos. Es uno de los ritmos de fundación de la música caribeña.
La criolla, con letras que aluden al campo y su línea melódica fluida, fue tema de inspiración en los compositores continentales.
En tanto, la guajira -con alusiones bucólicas, algo idílicas y sus versos bajo el modelo de la décima- es la fuente de inspiración de figuras como Jorge Anckermann, Sánchez de Fuentes, Guillermo Portabales y otros. Hay una modalidad que se funde con el son, conocido como guajira-son, que magnificó el genial Miguel Matamoros.
La guaracha, en la confluencia hispánica, pasó a los salones de baile con su texto burlón, irreverente, satírico, humorístico, y sirvió para chotear a los gobernantes de la colonia.
Mientras, la conga con su arsenal de tambores, hierros y metales, fue la materia esencial en los carnavales, fiestas de pueblo y hasta en las "chambelonas" de los politiqueros de turno.
La rumba urbana, representativa de "solares", bateyes azucareros, puertos y fiestas populares, es uno de los exponentes más atractivos del turismo moderno por esa fuerza natural y auténtica. Constituye uno de los géneros que potencia los ritmos bailables cubanos, por lo que ha sido declarada Patrimonio Nacional Inmaterial de la Cultura.
El son, otro de los ritmos cubanos que ostenta esta condición, tiene la herencia bantú. Con las cuerdas pulsadas del tres y su arsenal sonoro nacional, de enorme atractivo y sabor oriental, constituye una de las formas básicas de la música cubana y el exponente sonoro más sincrético de la identidad cultural nacional, según el musicólogo Odilio Urfé.
Y qué decir del mambo de los hermanos Israel (Cachao) y Orestes López, que con su llamativo montuno final sincopado, dio fuerza a Dámaso Pérez Prado para alcanzar la primera gran explosión mundial de la música de la mitad del siglo XX. Fue el ritmo que puso "patas arriba al mundo", según escribió en 1951 el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
El Cha cha chá, de Enrique Jorrín, interpretado por la Orquesta América, llevó a la música cubana hasta los salones más aristocráticos de reinas y príncipes con su baile sin igual y sencillez sonora. Fundió la sociedad cubana como el arroz con frijoles negros.
Esa música la difundieron charangas como Aragón, Sensación, Neno González, Fajardo y sus Estrellas, Melodías del 40, Sublime, Estrellas Cubanas y otras agrupaciones cubanas.
La pachanga de Eduardo Davidson, que "puso a gozar" a América dejó escuchar sus coplas entrada la década del 60 del pasado siglo. "Mamita que pachanga / me voy pa´ la pachanga / qué buena es la pachanga / me voy pa´ la pachanga".
El Mozambique, de Pello el Afrokán, significó el retorno al mundo negro de la música africana, relacionada con la conga y la fuerza rítmica de lejanos tiempos.
Los Tambores de Enrique Boone (1961), el Mozambique de Pedro Izquierdo (Pello el Afrokán 1963), con su sinfónica de tambores, fueron clarinadas en los inicios de la nueva timba cubana.
Después llegó el Changuí-shake creado por Juan Formell y Elio Revé (1967), e hizo época a través de agrupaciones salseras como Los Van Van (1969); Son 14, de Adalberto Álvarez (1978); El Charangón, de Revé; Dan Den, de Juan Carlos Alfonso (1988) y Charanga Habanera, de David Calzado (1988-1991).
A este movimiento se suma el renacimiento de la trova y el son tradicional con el fenómeno del Buena Vista Social Club con la Orquesta Afro Cuban All Stars (1996-1997), de Juan de Marcos González.
La música situó a Cuba, grabado en piedra, en el mapa cultural del mundo, porque como escribió el poeta Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí), "sin música, seríamos un pueblo sin alas".
Cuando escuchamos el Himno Nacional, nos evoca toda una saga de tradiciones de luchas y triunfos, de momentos difíciles y grandiosos.
Poco a poco los hombres llegados a Cuba, junto a los criollos, fueron conformando una cultura, una identidad nacional. Cada género musical, cada creación cuenta una historia apasionante; aún en los temas amorosos y de divertimento se reflejan costumbres, idiosincrasias y maneras de vivir de los cubanos.
Desde el 13 de diciembre de 1842, el periódico de literatura La Prensa publicaba: "La música es sin duda el arte más seductor, que más liga al hombre a su patria y hasta sus objetos más queridos(...) por eso hay tanta pasión por los aires nacionales, por eso no hay composición que tanto poder ejerza sobre nosotros, que amemos más, que un aire de la patria".
Las canciones trovadorescas fueron una fuente de inspiración en la manigua para los mambises. Casi todos los trovadores se integraron a la contienda bélica. Lino Betancourt dedicó un capítulo a estos héroes de la palabra en el libro La trova en Santiago de Cuba.
La Habanera, con su metodismo expresivo de ambiente cubano, representó la música americana desde mediados del siglo XIX, y estuvo presente en casi todos los inicios de los ritmos del continente: jazz, tango, merengue, samba, danza mexicana.
El danzón, lento y cadencioso, llenó los salones cubanos y de muchos países, desde México hasta Colombia, como se atesora en los archivos de museos latinoamericanos. Es uno de los ritmos de fundación de la música caribeña.
La criolla, con letras que aluden al campo y su línea melódica fluida, fue tema de inspiración en los compositores continentales.
En tanto, la guajira -con alusiones bucólicas, algo idílicas y sus versos bajo el modelo de la décima- es la fuente de inspiración de figuras como Jorge Anckermann, Sánchez de Fuentes, Guillermo Portabales y otros. Hay una modalidad que se funde con el son, conocido como guajira-son, que magnificó el genial Miguel Matamoros.
La guaracha, en la confluencia hispánica, pasó a los salones de baile con su texto burlón, irreverente, satírico, humorístico, y sirvió para chotear a los gobernantes de la colonia.
Mientras, la conga con su arsenal de tambores, hierros y metales, fue la materia esencial en los carnavales, fiestas de pueblo y hasta en las "chambelonas" de los politiqueros de turno.
La rumba urbana, representativa de "solares", bateyes azucareros, puertos y fiestas populares, es uno de los exponentes más atractivos del turismo moderno por esa fuerza natural y auténtica. Constituye uno de los géneros que potencia los ritmos bailables cubanos, por lo que ha sido declarada Patrimonio Nacional Inmaterial de la Cultura.
El son, otro de los ritmos cubanos que ostenta esta condición, tiene la herencia bantú. Con las cuerdas pulsadas del tres y su arsenal sonoro nacional, de enorme atractivo y sabor oriental, constituye una de las formas básicas de la música cubana y el exponente sonoro más sincrético de la identidad cultural nacional, según el musicólogo Odilio Urfé.
Y qué decir del mambo de los hermanos Israel (Cachao) y Orestes López, que con su llamativo montuno final sincopado, dio fuerza a Dámaso Pérez Prado para alcanzar la primera gran explosión mundial de la música de la mitad del siglo XX. Fue el ritmo que puso "patas arriba al mundo", según escribió en 1951 el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
El Cha cha chá, de Enrique Jorrín, interpretado por la Orquesta América, llevó a la música cubana hasta los salones más aristocráticos de reinas y príncipes con su baile sin igual y sencillez sonora. Fundió la sociedad cubana como el arroz con frijoles negros.
Esa música la difundieron charangas como Aragón, Sensación, Neno González, Fajardo y sus Estrellas, Melodías del 40, Sublime, Estrellas Cubanas y otras agrupaciones cubanas.
La pachanga de Eduardo Davidson, que "puso a gozar" a América dejó escuchar sus coplas entrada la década del 60 del pasado siglo. "Mamita que pachanga / me voy pa´ la pachanga / qué buena es la pachanga / me voy pa´ la pachanga".
El Mozambique, de Pello el Afrokán, significó el retorno al mundo negro de la música africana, relacionada con la conga y la fuerza rítmica de lejanos tiempos.
Los Tambores de Enrique Boone (1961), el Mozambique de Pedro Izquierdo (Pello el Afrokán 1963), con su sinfónica de tambores, fueron clarinadas en los inicios de la nueva timba cubana.
Después llegó el Changuí-shake creado por Juan Formell y Elio Revé (1967), e hizo época a través de agrupaciones salseras como Los Van Van (1969); Son 14, de Adalberto Álvarez (1978); El Charangón, de Revé; Dan Den, de Juan Carlos Alfonso (1988) y Charanga Habanera, de David Calzado (1988-1991).
A este movimiento se suma el renacimiento de la trova y el son tradicional con el fenómeno del Buena Vista Social Club con la Orquesta Afro Cuban All Stars (1996-1997), de Juan de Marcos González.
La música situó a Cuba, grabado en piedra, en el mapa cultural del mundo, porque como escribió el poeta Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí), "sin música, seríamos un pueblo sin alas".
Fuente:
Prensa Latina
Fecha:
25/10/2012